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sábado, 30 de noviembre de 2013

El Alfaro Ucero que conocí

Ricardo Escalante
La política tiene facetas e interpretaciones inagotables. Unos la ejercen de una manera, otros de otra. Hay quienes la entienden como vocación de servicio público y defienden la confrontación de las ideas y hay, por supuesto, quienes la utilizan como escalera para trepar en la búsqueda de intereses personales, sin que nada les importe. Se valen de cualquier instrumento y, así, en el camino dejan un cementerio de compañeros y frustraciones. A veces ni siquiera saben que su realidad es una gran mentira adornada con hechos tercos.
En Acción Democrática -el partido político más importante en la historia venezolana, con cinco presidentes de la República y con aportes indiscutibles a la formación de generaciones democráticas y al desarrollo del país-, había dirigentes de grandes cualidades, pero ahí también cohabitaban los dominados por vicios y errores que afectaron la credibilidad de un sistema cuyos vidrios todavía no han sido recogidos.
Pues bien, conocí a Luis Alfaro Ucero a principios de los años setenta, mientras me desempeñaba como reportero del diario El Carabobeño en Caracas. Él era parlamentario y aún no había llegado a la secretaría nacional de organización de AD, cargo que luego utilizó para hacer elegir sus hombres de confianza al frente de las seccionales del partido.   Era un personaje de pocas palabras, de disciplina de hierro en el trabajo organizativo, que reclamaba acatamiento pleno a su voluntad.  Le incomodaban aquellos con criterios propios.
Sin que casi nadie se percatara, él hizo crecer a su alrededor una fauna de adoradores que lo llamaban “caudillo”, le rendían pleitesía y hasta le regalaban quesos llaneros, dulces de lechosa y otras cosas…  Durante un buen tiempo los grandes líderes del partido no vieron en él un competidor por la sencilla razón de que no le interesaban los libros, su nivel cultural era escaso. Carecía de discurso y de carisma. No estudió y sus actuaciones políticas eran instintivas, pero tenía habilidades para poner a su servicio a muchos inteligentes que trataban de sacar provecho de su control férreo de la maquinaria.
Mientras Rómulo Betancourt, Gonzalo Barrios, Carlos Andrés Pérez y otros estaban en el protagonismo, Alfaro se movía con sigilo, sin pisar conchas de mango y, por supuesto, eso ocurría sin que nadie adivinara lo que ese personaje de pequeña estatura física y traje siempre gris, llevaba por dentro. Así pasaron los años.
Más tarde ascendió a la secretaría general y desde ahí, ya convertido en hombre fuerte, accionaba los resortes del aparato contra quienes dejaban colar sus ambiciones de liderazgo. Los iba liquidando uno a uno, comenzando por el entonces presidente del partido, Humberto Celli. A eso no pudieron escapar jóvenes como Héctor Alonso López, Antonio Ledezma, Claudio Fermín y tantos otros. Hacía depuraciones de los registros de militantes del partido para asegurar su mayoría interna, mientras el país avanzaba hacia una realidad terrible.
Al comenzar 1998 el país estaba encandilado por una reina de belleza con mucho pelo y pocas ideas.  Las encuestas lo decían, mientras el golpista Hugo Chávez Frías aparecía con apenas 6 y 7 por ciento de simpatías.  Alfaro, con más de 70 años, quería ser Presidente de esa Venezuela diferente a la de la década de los cuarenta -cuando él llegó a ser constituyentista-. Se creía escogido por los dioses para ser sucesor de Rafael Caldera.   Además, Caldera y él habían coincidido en ciertas jugadas políticas malolientes.
Muchas veces desayuné con el “caudillo” en un restaurant estilo suizo situado en el sótano del Hotel Crillón, que el destino convertiría en cuartel de agentes de inteligencia cubanos. Luego dejó de atender mis consultas periodísticas, como consecuencia de un artículo que publiqué dos semanas después de su proclamación como candidato presidencial de AD, en el cual señalaba sus errores y avizoraba lo que a la postre fue el desastre político que lo devoró y hundió en el anonimato definitivo.
Evidencia de que la realidad de Alfaro había estado poblada de ficciones tercas, fue lo ocurrido el viernes 27 de noviembre de 1998, cuando todo el mundo sabía que Chávez ganaría las elecciones presidenciales.  Ese día AD reunió su comité directivo nacional para retirar el apoyo al candidato que había sido escogido en medio de alabanzas.
Luis Alfaro Ucero dijo allí:  “Ustedes me eligieron candidato, y cuando lo hicieron sabían que yo tenía 77 años y que en las encuestas aparecía con solo 0,04 por ciento… Los intelectuales que aquí están conocían muy bien mi limitada formación, pero aun así no dijeron nada. Ahora soy candidato por decisión de ustedes y prefiero una derrota digna a una renuncia humillante”…
PD.  Escribo este artículo al ver que en las redes sociales abundan las alabanzas a quien fue un nefasto personaje que condujo a su partido por senderos nefastos y cercenó la posibilidad de desarrollo de nuevos líderes.  Por situaciones como las que he descrito, se vino abajo un sistema cuyas  múltiples virtudes no pueden ignorarse ahora.

Twitter:  @opinionricardo

domingo, 24 de noviembre de 2013

Revolución sin pantaletas

Ricardo Escalante
Los venezolanos nunca como ahora habían tenido un salto atrás en su modo de vida.  Es un trastorno causado por ese gobierno que raciona conciencias, papel higiénico y hasta pantaletas, para crear condiciones de miseria ideales para perpetuar un régimen político atroz. ¿Algún venezolano lo imaginó alguna vez? Claro que no, porque eso solo se le podía ocurrir a un personaje omnipotente, carismático y perverso, como Fidel Castro.
Fidel siempre fue así. Ya en su juventud se interesaba en las técnicas de manipulación de sentimientos utilizadas por líderes “sobrenaturales”, “indispensables”, para sojuzgar pueblos que terminaban por creer que nada les pertenecía y que hasta su manera de caminar se debía  a la “revolución”. Sus lecturas predilectas eran sobre revoluciones y sus consecuencias, porque con ellas nacían hombres fuertes que casi siempre hacían y deshacían a su leal saber y entender, aunque, por supuesto, la dinámica diabólica de los hechos a veces se tragaba a los protagonistas, como le ocurrió a Robespierre.
Las características esenciales de Castro siempre fueron persistencia y sagacidad, sangre fría para liquidar cualquier asomo de resistencia, ninguna contemplación de amistad, compañerismo, lealtad, nexos familiares... Con su voz suave, delgada como un hilo que se extendía horas y horas, noches enteras, encantaba incluso a interlocutores que odiaban sus métodos crueles y perversas intenciones, aunque admiraban el río crecido de sus conocimientos.  Amigos que lo habían apreciado, respetado y admirado, fueron fusilados con solo una seña, sin que a él se le aguara el ojo. La lista de sus víctimas mortales sobrepasó los 6 mil, además de los torturados, presos, perseguidos y exiliados, por montones.
Robespierre, el Padre del Terror
Hugo Chávez no inventó nada. Todo lo hizo Fidel, con la experiencia de haber depauperado a los cubanos, a quienes llevó al extremo de aceptar con naturalidad la tarjeta con la cual se racionan los alimentos y, algo peor, hizo que buena parte de esas hermosas mulatas habaneras se prostituyeran a cambio de blue jeans, tubos de crema dental, medias de nylon y unos pocos dólares. Sus maridos, novios, hijos y padres, pasaron a ser gestores de clientes para ellas.  ¿Llegaremos los venezolanos a esa abominable ruina moral?  Yo (¡hasta ahora!) sigo creyendo que con nuestra madera más resistente no nos dejaremos vejar y en cualquier momento haremos añicos la supuesta revolución. ¡Así tendrá que ser!
 Cuando apenas cursaba tercer año de derecho, Fidel Castro era un hábil dirigente estudiantil que ideó fórmulas para aliarse con jóvenes de Argentina, República Dominicana, Venezuela, México y Colombia, para organizar algo así como la contrapartida de la Novena Conferencia Panamericana, que la OEA convocó en 1948 para ser celebrada en Bogotá. Con sus argucias y en esas andanzas, logró que días antes el presidente Rómulo Gallegos lo recibiera y escuchara en Caracas.
Llegó a Bogotá y encontró la manera de metérsele por los ojos a ese gran líder que era Jorge Eliécer Gaitán (a quien admiraba) y se reunió con él. Le habló del congreso de jóvenes y de las intenciones de crear una alianza antimperialista de estudiantes latinoamericanos. Gaitán se dejó ganar por la idea y se ofreció como orador de cierre del congreso estudiantil, que estaba a punto de comenzar.  Junto a Rafael Del Pino y otros dos cubanos, Fidel trataba de generar expectativas y revuelo internacional, cuando el loco Roa Sierra sacudió a Colombia y al mundo entero al asesinar a Gaitán, tras lo cual se desató una ola de violencia que arrasaba todo a su paso.
Castro salió a la calle, se robó un uniforme de policía, agarró un fusil y se puso una gorra. No conocía la ciudad y se movía sin rumbo. Trataba de ser oído por cualquiera y decía que había que empujar los descontentos contra el gobierno del presidente Ospina, a quien calificaba de opresor, explotador e imperialista. Había que derrocar a Ospina y tomar el poder, según el atolondrado estudiante. Pero, por supuesto, nadie lo escuchaba porque las turbas tenían vida propia: incendiaban, saqueaban, mataban y herían.  Lo cierto es que la policía comenzó a perseguir el agitador extranjero, que huyó con sus compinches en un avión que trasladaría unas vacas a La Habana.
Desde esa época el nombre de Fidel Castro ha estado asociado a tumultos, conspiraciones y terrorismo en el Continente. Mucho después fue conocido el patrocinio suyo a las guerrillas en Venezuela y en otros lugares, lo que generó la expulsión de Cuba de la OEA y el bloqueo continental. Y cuando ocurrió el asesinato del presidente Kennedy en 1964, fue mencionado como autor intelectual y, a pesar de los 50 años transcurridos, todavía hay quienes no lo descartan. 
Fidel Castro encarna una figura de doble o triple personalidad, de jugadas y procedimentos inesperados. Seductor sibilino, asesino, conspirador y terrorista nato, que en el ocaso de su vida y ya sin control de los esfínteres, maneja a control remoto al primitivo e ignorante Presidente venezolano. Cada acto del gobierno de Nicolás Maduro se decide en La Habana.
La dictadura diseñada en Cuba para Venezuela ya ha llegado lejos, pero no podrá ir más allá porque Maduro y el desalmado Diosdado solo están asistidos por la fuerza bruta y, sin saberlo, están forzando su suerte a un desastroso final.  Así le pasó a Robespierre, el Padre del Terror.
PD.  A los interesados en conocer las actuaciones de Fidel en Bogotá en 1948, les recomiendo El Bogotazo, memorias del olvido, de Arturo Alape (editorial Planeta), así como el texto del informe elaborado por la comisión especial de Scotland Yard que ese mismo año investigó el magnicidio de Gaitán.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Nido de zarrapastrosos

Ricardo Escalante
Es un magnífico día, soleado con agradable temperatura, bueno para una relajante caminata.  En eso ando, acompañado por esos pensamientos punzantes que van y vienen, en irremediables vueltas con las angustias que ya no me abandonan y hasta se ensañan.  ¿Cómo deshacerme de ellas? Es un sentimiento de impotencia, como ese de Kafka cuando ya no sabía si en realidad era ese horrible insecto que…
La pesadilla se agudiza con imágenes cada vez peores de miseria, sobre todo moral, que son como el agua derramada. Sin control porque los muros de contención fueron destruidos por conspiradores de oficio, tras lo cual se abrió paso a la pandilla de inescrupulosos y resentidos sociales que hacen y deshacen. El mal se prolonga sin que nada nos permita saber si el trance final es inminente, aunque todos olfateamos la fetidez proveniente de esa oficina de puertas doradas y paredes adornadas por frescos que ya no dicen nada porque hasta los héroes enmohecieron.
Al llegar el atolondrado militar golpista al poder con el apoyo de una mayoría alucinada, se produjo el mal cambio que todavía hoy no termina de dañar conciencias. Eso explica el comportamiento de quienes -incluyendo muchos no mal vestidos y sin apariencia de desnutridos-, cargan pesados artefactos eléctricos sobre sus hombros, mientras otros luchan por arrebatar la cosa ya robada. Grupos que derriban santamarías.  Ninguno de esos vándalos busca alimentos o medicinas.  La incitación al delito proviene de esa oficina demasiado grande para una cabezota de masa atrofiada  -con comandantes “fosforito” como asesores y diosdados como “legisladores”-, y, además, todo el mundo sabe que los grandes saqueadores del Erario están anclados en el gobierno.
Claro, nada edificante puede esperarse de la distorsión de principios y valores fundamentales, porque al lado de los héroes nacionales, en textos escolares con errores y horrores aparecen citas de Marx y el Che Guevara, así como del “comandante supremo”, que ha alcanzado y sobrepasado la dimensión histórica del Padre de la Patria. De esa manera se asciende a la cúspide del sistema educativo y, por eso, muchos jóvenes no reúnen las calificaciones suficientes para obtener cupo en las mejores universidades del exterior, aunque, por supuesto, hay dignas excepciones.  Magníficos profesionales formados en la época anterior han emigrado y los jóvenes estudiosos también, con lo cual médicos-policías, ingenieros-policías y otros que reportan directamente a La Habana, tienen el camino libre.
Los discursos de soberanía y nacionalismo son pobres en la forma y en el fondo. No terminan las condenas al espionaje denunciado por Edward Snowden, el espía deseoso de figuración que por alguna razón trabajaba para la CIA, pero aquí cabe preguntarse entonces cómo o por qué hablan de soberanía y nacionalismo quienes entregaron el país.  Las decisiones grandes, medianas y pequeñas, todas, se cocinan en La Habana y son ejecutadas por cubanos en ese territorio que el “comandante supremo” puso en sus manos.
Así marcha todo, sin que nadie se rebele. Hay, ciertamente, una “guerra económica” (economía de guerra suena mejor) porque no hay leche, arroz, papel higiénico, aceite, medicinas, repuestos para vehículos y más. La maquinita de imprimir dinero sin respaldo da síntomas de estar recalentándose, porque el Banco Central encabezado por un adorador insensato de la “revolución” no imagina las consecuencias.  Los muertos por asaltos, atracos, violaciones, etc., forman parte de estadísticas con mejillas bien maquilladas para no asustar a los familiares de tantas víctimas. A la hora de los saqueos (que no han terminado), hay policías y guardias nacionales que llaman al orden: “¡Háganlo por turnos!”.  Ellos mismos son parte la rebatiña.
Los organismos del Estado están minados por la corrupción, que comienza en la industria generadora del grueso de las divisas y se extiende como la hiedra. La economía privada y la salud pública están tullidas.  Es una historia larga y complicada, y, aunque todavía me niego a pensar que las reservas morales sean apenas cenizas, por momentos me asalta la duda: ¿Habrán creado una república de zarrapastrosos con ese cabezón estólido como protagonista principal?

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Nada halagüeño en Colombia

Ricardo Escalante
En Colombia las cosas parecen encaminarse al otorgamiento de privilegios a las Farc para que obtengan curules parlamentarias y otros cargos, en detrimento de quienes por años han participado en política con las cartas sobre la mesa y de innumerables familias afectadas por la violencia.  Por eso hay que leer con lupa lo que la letra menuda esconde en los pomposos anuncios hechos en La Habana.
Como observador de la política colombiana que he sido durante mucho tiempo, veo con inquietud ciertas señales de lo que en el fondo solo tiene dos propósitos: Uno, pavimentar el camino para la reelección del presidente Juan Manuel Santos y, dos, hacer concesiones a traficantes del horror y el delito, que nunca lograrían posiciones de elección popular en igualdad de condiciones.
Humberto de la Calle
En los anuncios y declaraciones de las partes y, sobre todo, en un artículo publicado por el jefe del equipo negociador del gobierno, Humberto de la Calle, se habla del respeto a garantías democráticas en la lucha de los partidos y, al mismo tiempo, se dejan colar detallitos que pudieran terminar siendo malsanos.  Uno de ellos son las circunscripciones electorales especiales, frente a las cuales algunos cándidos han reaccionado con emoción
Al mismo tiempo, en la oposición hay quienes lucen confundidos y disparan en forma alocada, sin dar en el blanco porque no lo ven claro, y, por supuesto menos aun pueden dejar en pelota a quienes pretenden esconder en ropaje de seda sus ametralladoras, drogas, secuestros y asesinatos.  Es algo así como el cuento del lobo y la Caperucita Roja.
Lo que se fragua en la capital cubana debería ser visto con suspicacia por los colombianos, porque la jugada del presidente Santos pudiera conducir al desmoronamiento del sistema democrático, que en ese país ha sobrevivido a pesar de tantas décadas de violencia protagonizada por eso que Humberto de la Calle define como “la irrupción de movimientos sociales”. Lo que importa al gobierno es la ambición reeleccionista.  Ejemplos del oportunismo político abundan, entre los cuales resalta el de los venezolanos, que estamos como estamos precisamente por interminables harakiris políticos. 
Rafael Caldera y otros muchos creyeron que cosechar ventajas del golpe de Hugo Chávez era saludable –y, en efecto, para ellos lo fue-, pero las consecuencias para la República fueron terribles. La venezolana es una dolorosa experiencia, dañina incluso para los vecinos colombianos, y demuestra que lo que es bueno para los líderes no necesariamente lo es para los pueblos.
El artículo del negociador del gobierno de Santos es tremendamente importante porque representa la confesión de que en La Habana se cocina el otorgamiento privilegiado de curules parlamentarias a las Farc, con financiamiento estatal a su campaña, facilidades para el uso de medios de comunicación y el reconocimiento de ventajas en territorios que los delincuentes han considerado suyos.
Y aunque los acuerdos de La Habana sean sometidos a referéndum, la narcoguerrilla se saldrá con las suyas. La campaña que ya se ha iniciado (con tendencia favorable a lo que ocurre en La Habana) se impondrá porque la oposición está paralítica, limitada por las severas limitaciones de su discurso. ¡Pésimo futuro!

domingo, 10 de noviembre de 2013

Incitación oficial al delito

Ricardo Escalante
No es fácil decirlo.  ¿Qué le espera a quien desde las alturas del poder promueve asesinatos, saqueos y otras tropelías?  Pareciera que las cosas se le han ido de las manos, que la violencia ahora tiene vida propia en Venezuela y está a punto de arremeter contra él mismo.

Ahora cualquiera puede imaginar que en su huida, él llegará a La Habana con un solo zapato, la camisa hecha jirones, tres huesos rotos, un ojo morado y sin dientes. Sus propios demonios se han vuelto incontrolables y su sed de una violencia no augura nada bueno para nadie y, por supuesto, el proceso de reconstrucción nacional será largo y lleno de dificultades terribles.

Guardias nacionales y policías aprovechan el saqueo
Hemos llegado al apogeo del desmadre.  ¿Quién incitó la arremetida vandálica contra tienda Daka en Valencia, a dos horas de Caracas?  ¿Podrá Nicolás Maduro decir “¡Yo no fui!” y condenar tal vagabundería?  Todos lo escuchamos el día anterior en radio y televisión, como también lo hemos escuchado tratando de estimular agresiones contra María Corina Machado, Leopoldo López y Henrique Capriles.  Los afiches con fotos de la “trilogía del mal” y con un slogan malévolo, empapelaron calles de Caracas y otras ciudades. ¿Se sentirá él libre de la peligrosa sed de los diablos que tanto acaricia?

Con su descomunal ignorancia, el Presidente desconoce la lista interminable de pueblos que han ardido como consecuencia de una chispa generada por un irresponsable. Aunque por causas distintas que todavía hoy son objeto de estudio y discusión, el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, cometido por un loco, desató en Colombia un estallido de ira colectiva que causó más de 300 mil muertos y más un millón de heridos.  Fue una amarga experiencia de gravísimas consecuencias.
El esquizofrénico suelto que era Roa Sierra –sin estatura física y sin injerencia política-, segó a quemarropa la vida del líder que se encaminaba a ser Presidente de los colombianos, pero no tuvo tiempo para fugarse.  La turba lo pateó y arrastró por las calles, en un espectáculo deprimente, en medio de saqueos, muertos, heridos y fuego por todas partes. Ahí comenzó una época aciaga.
Maduro escapará porque, por supuesto, no tendrá valentía para responder judicialmente por los delitos cometidos.